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Cronica de una noche en la UPJ

  • Chato Chillin
  • 27 may 2015
  • 5 Min. de lectura

Sentado frente a mi computador, hacía mi trabajo diario, entonces, una antigua amiga de la universidad llamó para contarme que se encontraba de visita en la ciudad, y que bueno, sería un reencuentro. La invité a mi lugar de trabajo, y al llegar, ella notó en mi escritorio un vaporizador de marihuana, sonrió y me propuso fumarnos un porro que traía, decidí apagar mi computador y salimos al parque, al llegar, vimos a un grupo de policías requisar a unos jóvenes y decidimos caminar mientras fumábamos. Más de la mitad nos habíamos fumado cuando escuché ese sonido de las motos policíacas, advertí a mi amiga, pero fué demasiado tarde, los agentes se habían percatado del olor y del movimiento de mi compañera para deshacerse del cigarro. El policía me pidió una requisa y mientras lo hacía reconoció en mi rostro una vieja situación vivida semanas pasadas, en la que yo lo grababa a escondidas mientras el requisaba de manera abusiva a unos compañeros por su aspecto de cabellos largos y bermudas; Aquel problema se solucionó gracias a ese video: Se llegó al acuerdo de que el video se borraría y el no llamaría a la “Neverita” para llevarnos a la UPJ. Pues bien, el señor policía me reconoció en el acto y dijo: “Ah!, ¿tú eres el periodista?, ¡Hoy si te llevo, así grabes!”. Durante la detención en la cll 68 con kr 50, del barrio el prado, grabé unos minutos, pero el solo decía “¡Te encontré fumando marihuana y te voy a llevar a la UPJ!”. Le recordé que la dosis personal era legal y le dije que el pasado 2 de mayo nos habíamos movilizado los consumidores de la planta, y que en esa marcha recibimos el apoyo de la policía nacional, no solo con el acompañamiento, sino también dándonos una charla sobre la dosis personal y el procedimiento legal en caso de porte de cannabis, pero eso no le bastó, y mientras esperábamos un carro que nos llevara, escuchamos por el radio a eso de las 4PM, que no había disposición de ningún vehículo para nuestro transporte. Recuerdo que solicitaban refuerzos cerca del lugar, para alguna situación que desconocíamos, pero eran más las ganas por llevarnos. Le dije: “Es triste que prefirieran quedarse con unas personas que poco o ningún daño le hacemos a la sociedad, mientras hay cerca unos ladrones que podrían atrapar”, me miró y solo sonrió.

Al llegar la Duster, ya dentro de la camioneta, el agente hace el amague de pegarme diciendo: “¡Aquí adentro si vamos a saber quién es quién HP!” le advertí que si me ponía un dedo encima lo denunciaría, y respondió “¡Pero te vas pá la UPJ!” Ambos en la camioneta, y mientras mi amiga lloraba desconsolada yo me preocupaba por cómo sería el lugar al que nos dirigíamos, después de algunos minutos dando vueltas, sorpresivamente nos dejaron en el CAI de la Aduana, el chofer policíaco me dijo: “No te preocupes, este man me dijo que te diera vueltas, pero todo bien” no entendí, pero fueron minutos de tranquilidad los que pasamos en dicho CAI, hasta que llegó otro carro Duster y esta vez el destino sí era la UNIDAD PREVENTIVA JUDICIAL.

Durante el viaje, me hice mil imágenes del lugar y ninguna era agradable. Al llegar, nos mantuvieron 20 minutos mientras hacían el respectivo papeleo de nuestro ingreso. Descubrí el desorden en el protocolo, firmando y llenado papeles. Como si se tratase de rellanar espacios. Sin tener en cuenta nuestros datos reales. Cuando entré a la celda había más de 40 personas en un salón que a duras penas tenia espacio para 30. Había una sala para mujeres, una para hombres y otra para la comunidad LGTB donde dejaron a mi amiga; las condiciones de todas ellas eran deplorables. Quizás podría ser lógico que el lugar tuviera un baño asqueroso, pero no estoy seguro de si se le podría llamar baño a ese lugar. Cuando le comente al policía mi opinión al respecto, respondió; “Esta vaina es de la alcaldía, no de la policía, reclámale a Elsa lo que no te guste”.

Ya adentro, los mitos y los miedos de aquel sitio se disiparon, vi que había cámaras de seguridad y policías pendientes del grupo la mayoría del tiempo. Noté 3 tipos de apresados; los primeros y la gran mayoría, personas capturadas en parques por el mismo hecho que yo, los segundos; mendigos y borrachos de la calle, fué curioso como estos al entrar solo buscaban una esquina, se acostaban y dormían mientras cumplían sus 12 horas de detención, a veces tocaba levantarlos, pues no escuchaban cuando los llamaban para su salida. Y la 3ra parte, la minoría de los apresados allí, eran por riñas callejeras o algún robo menor. Luego de conversar con algunos de los que repetían su estancia allí, por la misma razón de portar la dosis personal y legal de marihuana, entendí que los capturados para la UPJ eran en su mayoría falsos positivos, para llenar las estadísticas de los patrulleros, que pocos criminales visitan esas rejas y que perdíamos dinero de nuestros impuestos, pagando por centros de detención que poco cumplen su misión, mientras los robos siguen en aumento dentro de la ciudad. Durante la noche se presentaron algunas peleas dentro del salón que fueron solucionadas a punta de bolillo por quienes nos custodiaban, hasta ahí todo parecía normal y típico, cuando de repente, uno de los policías que nos cuidó toda la noche, llenando tanques de agua para que tomaran quienes tuvieran sed, llevó a un joven debajo de la cámara de seguridad y ante los ojos de todos nosotros le propinó dos cachetadas, sacó su bolillo y cuando se disponía a pegarle en la cabeza empezamos a gritarle exigiendo que dejara el abuso, entonces, lo tomó por el cuello y se lo llevó a un lugar donde solo escuchábamos los golpes. Luego de un rato, logré preguntarle al policía que había hecho el joven para merecer eso; su argumento fué que le llamaron la atención, ya que a través de la cámara de seguridad habían observado a el recluso dañar unas rejillas del techo y que había que hacerlo entrar en juicio, sin embargo, me pareció un abuso de autoridad y que para nada se justificaban tales golpes.

La noche se me hizo eterna, no tenía reloj y esperaba la claridad de la mañana con ansias para salir de ese lugar. Casi a las 5:30 Am llegó la lista de los próximos a salir, mi nombre estaba allí.

Ya por fin afuera, mientras nos entregaban nuestras pertenecías, divisé a un veedor de la defensoría del pueblo, o eso creo, al menos era una institución de esas que se supone que vigilan los derechos del ciudadano. Pensé en que su presencia era solo para adornar el lugar, pues para nada defendió de los golpes a los presos. Al final, en un escritorio, un agente pasado de peso me preguntó mi nombre, cuando se lo dije, me gritó, como lo había hecho antes con los otros “¡Hable como hombre!” entonces, le grité con todas mis fuerzas mi nombre y dijo “¡Asi es que habla un hombre!”, pero no se cual es el tipo de hombre que grita para hablar, me pregunté, ¿Acaso es el hombre policía, el que abusa de su poder o el que viola los derechos del ciudadano?

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